Por: DANILO DÍAZGRANADOS
“Pobreza y prosperidad compartida”, así se titula el informe bianual recientemente presentado por el Banco Mundial, que entre sus principales consideraciones da cuenta que, como consecuencia de la crisis sanitaria originada por la pandemia, 150 millones de personas caerán en la llamada “pobreza extrema”.
Esta cifra es muy lamentable, toda vez que desde hace más de 20 años no se había registrado el incremento de la pobreza extrema a nivel global. Ahora bien, debido a la irrupción del COVID-19 en el panorama se prevé que tan solo durante este año entre 88 millones y 115 millones de personas engrosen las filas de los más pobres.
Según revela el documento, incluso antes de la pandemia el progreso venía desacelerándose. Datos correspondientes a 2017 muestran que 52 millones de personas lograron salir de la pobreza en todo el mundo entre 2015 y 2017. No obstante ese avance, el indicador de reducción de la pobreza descendió a menos de 0,5% entre 2015 y 2017, cuando entre 1990 y 2015 el índice había retrocedido en un rango aproximado de 1% anualmente.
En lo que concierne al término “Prosperidad Compartida”, definida por el BM como el crecimiento de los ingresos del 40% más pobre de la población de un país, se presume que se ha estancado a causa del coronavirus, debido a la disminución de los ingresos promedio. La ralentización de la actividad económica afecta primordialmente a los más desposeídos, lo que resultaría en el descenso, en los próximos años, de los indicadores de prosperidad compartida.
El Banco Mundial también se refiere a un crecimiento que se proyecta como menos inclusivo, lo que revierte la tendencia observada en periodos anteriores. Por ejemplo, entre 2012 y 2017, la prosperidad compartida se incrementó en 74 de las 91 economías de las cuales se disponía de datos. Durante ese periodo el crecimiento fue inclusivo, beneficiando a 40% de la población más pobre, ya que sus ingresos aumentaron en mayor medida que los de la población en general.
La pandemia ha hecho estragos desde todo punto de vista, afectando en más alto grado a aquellos países que disponen de pocos recursos que les permitan satisfacer las necesidades básicas de su población, especialmente durante esta crisis sanitaria. Por falta de flujo de caja, les ha sido imposible aplicar las medidas de estímulo para las empresas y protección para las familias, necesarias para paliar los efectos del deterioro económico, con fuerte impacto en el ámbito social.
¿Qué se espera al final de esta coyuntura? Como hemos alertado, los pronósticos, aunque poco alentadores, también nos muestran que es posible, con la aplicación de medidas de apoyo a los sectores más afectados, ir diluyendo los estragos de la pandemia, aliviando el malestar de la población de menores recursos económicos. Con voluntad, todo es posible.