Por: Hugo Pérez White
Egresé como profesor primario a la edad de diecisiete años, desde la Escuela Normal de Valdivia y con un bagaje de conocimientos pedagógicos atesorados en mi mente, dispuesto a entregar lo mejor de uno mismo a los niños que en algún lugar de Chile me estaban esperando.-
Como las leyes que regían en aquel entonces exigían tener 18 años de edad para ingresar al Magisterio no pude cumplir mis deseos de trabajar, hasta que cumpliese tal requisito y fue así como mi primer nombramiento fue a una escuelita del sector rural de la provincia de Llanquihue distante a unos 15 kilómetros de la ciudad de Puerto Montt llamado Piedra Azul.-
La planta docente la formaban dos personas y esas eran el director de la escuela y yo, por lo tanto teníamos que atender las necesidades del sector con seis cursos a la vez lo cual era un gran desafío guiar a tan diversos niveles educacionales y la realidad nos imponía hacer uso de nuestra propia creatividad, entrelazarlos con las metodologías generales que nos enseñaron en la escuela y con el propio esfuerzo e interés por aprender de nuestros alumnos y con este esfuerzo mancomunado, alcanzábamos los objetivos planteados.-
Como el colegio era una escuela hogar, la planta de personal lo constituían también, una ecónoma, un jardinero, una jefe de cocina, dos ayudantes de cocina y auxiliares para el aseo de las dos casa existentes.-
Para un joven idealista, como éramos todos los alumnos que egresábamos de las escuelas de maestros, nuestro primer nombramiento oficial para trabajar en una escuela, era como entrar a un mundo desconocido del que había estudiado mucho, pero, del cual no sabíamos nada.- Había que actuar in situ, con la desnutrición de por medio, el clima imperante en la zona con mucho viento y lluvia duro para los niños que debían recorrer varios kilómetros a pie o a caballo, lo más pudientes y verlos llegar con sus ponchos de lana goteando agua por todas partes todo lo que querían era, calor y se abrazaban en el caño de la salamandra que los esperaba ansiosa con el rojo de sus llamas avivadas por las semillas de los pinos, que abundaban en el sector.- Luego una leche caliente para renovar energías y a las aulas a recibir los sabios consejos de su amable y atento profesor.-
Uno se encariña con los niños y cuando los ve sacrificarse tanto para llegar a su escuelita con la mirada incierta, pero, seguros de si mismos, el profesor recibe un mensaje profundo que le hace vibrar las fibras sensitivas del corazón.
Estábamos todo el día con ellos, almorzábamos juntos, jugábamos fútbol con pelotas de trapo, hacíamos excursiones a los alrededores en cuyas actividades participaban internos y alumnos externos, quienes después de una agotadora jornada intelectual se subían nuevamente a sus caballos y emprendían rumbo a sus hogares y al otro día volver a la misma rutina del día anterior, con el mismo sacrificio al que ya estaban acostumbrados.-
Así era la vida de un profesor rural, sin materiales pedagógicos para trabajar adecuadamente, sin medios tecnológicos que le pemitiesen un momento de solaz y esparcimiento y en las noches a descansar junto al pabilo de una vela colocada en una blanca palmatoria y en esas condiciones leer un libro mientras Morfeo rondaba en la oscuridad.-